DISEQUILIBRIUMS Los Individuos. Capítulo 31

Jueves, 22 de diciembre

Hora: 20:30

Sofía

Photo by Toa Heftiba on Unsplash

No puedo dejar de pensar en Samuel mientras preparamos la comida. Los últimos  veinte minutos han sido de lo más tenso. Se ha quitado el abrigo largo y, sin él, no aparenta estar tan gordo como había creído. Lo cierto es que incluso está algo musculoso, pero como siempre va encorvado y con ropa larga nunca me lo había imaginado así. Tengo que centrarme porque si no me cortaré los dedos con este cuchillo tan afilado.

Cortar zanahoria encima de una tabla de madera no es difícil, pero hacerlo rápido como estoy acostumbrada pasa a ser actividad de riesgo si no estoy concentrada.

No paro de recordar lo que nos acaba de suceder. Después de que apareciera la frase con el ruido y Samuel casi se cae de miedo, volvió la imagen de Elsa en la proyección. Hubo un rato de silencio donde nadie se atrevió a interrumpir. David se puso a dirigirnos a todos, de pie, y le dijo a Elsa que se viniera rápidamente a su casa, que tenía comida en la nevera y prepararíamos algo todos juntos. No paré de mirarle durante el rato que nos organizó. Me gustó mucho cómo lo hizo, necesitábamos a alguien que dominara la situación en ese momento, y David se encargó de ello. No es normal en él, así que reconozco que me impresionó. En el fondo, me sentí muy segura a su lado.

No suele tomar la iniciativa, pero desde que ha pasado lo de su madre, está diferente. Ha servido para romper el bloqueo que nos había surgido, y ahora entre los dos nos hemos puesto a cocinar unas tortillas y unas ensaladas. Ninguno ha comentado nada. Ha sido como un acuerdo en silencio para no seguir hablando hasta que estemos los cinco juntos.

Miro a David al lado y noto que está acostumbrado a estar en la cocina. Erik y Samuel deben de estar en el salón poniendo la mesa. Espero que sea lo que estén haciendo y no se pongan a discutir. No oigo nada, así que supongo que hay paz.

De pronto oigo un sonido musical que viene de algún sitio de la casa.

—¿Qué es lo que se oye? —le pregunto a David.

Hace un gesto levantando la cabeza como si acercara el oído hacia donde viene el sonido.

—Debe de ser Erik. Antes ha visto la dulzaina de mi hermano que estaba por el salón y como no la conocía, le he enseñado cómo tocarla con las notas principales.

Se calla para volver a escuchar.

—Pues la verdad es que la toca bastante bien.

—Sí, sí —le respondo mientras sigo con lo que estaba haciendo—. Te lo he preguntado porque me gusta.

Volvemos los dos a las labores de cocina que cada uno estaba haciendo en silencio. Por la ventana se ve la ciudad gris después de la lluvia. La nube negra que antes casi nos deja a oscuras, ahora tiene algo más de claridad. Veo a los vecinos de enfrente que están descolgando la colada demasiado tarde. De pronto, noto que David va a romper el silencio.

—Me ha gustado cuando me has cogido la mano.

Las palabras de David suenan a mi lado mientras está batiendo los huevos y mira directamente a la sartén con el aceite hirviendo. ¡Es verdad! En el momento de tensión le cogí la mano y ahora soy consciente de que se la apreté. No sé qué habrá supuesto para él, pero me está pareciendo que ese comentario ha sonado a lo que creo que ha sonado. ¿Por qué le cogí la mano? Fue un acto instintivo… ¿o no?

—Gracias, David —le digo lo primero que se me ocurre—, tenía mucha tensión.

—Siempre que quieras. —Me gira la cara y me sonríe.

¡Oh, oh! Me parece que acabo aumentar más el conflicto. David es mi amigo desde niños y lo aprecio mucho. Es buen chico. También es verdad que se ha hecho mayor y tengo que reconocer que es bastante atractivo. Nunca lo he visto como algo más que un amigo. Es alto, tiene cuerpo atlético y camina con un estilo propio que siempre me ha parecido especial: a la vez seguro y a la vez como si en cada paso que da observara todo con curiosidad a su alrededor. Me hace gracia que lleve tanto flequillo que le obliga a estar casi todo el día apartándoselo de la frente con la mano. Siempre lleva jerséis finos y holgados que le dan una caída muy elegante. Aunque la combinación de colores con los pantalones no suele ser su fuerte, la verdad es que le queda bien, y eso hace que varias de las chicas de clase le miran bastante. Yo hasta ahora siempre lo he visto como un amigo… aunque he de reconocer que nunca lo había visto trabajando en la cocina y está muy guapo… Pero en este momento tengo una relación con Erik y no quiero estropearlo.

—Gracias por ser mi amigo —digo girando la cara y mirándolo a los ojos.

De pronto deja el plato y el tenedor en la encimera y, sin que yo haga nada, acerca su cara a la mía. Me mira. Soy incapaz de soltar lo que tengo en mis manos. Yo también lo miro. Como si fuera un baile suave, mueve sus manos hacia arriba. Me siento bien. Ahora tengo sus manos sosteniéndome los dos lados de la cara con firmeza y sus labios en contacto con los míos. No sé lo que está pasando, mi mundo se gira a su alrededor, siento un nudo en el estómago y a la vez un sentimiento de paz. Noto cómo su boca se abre y yo hago lo mismo con la mía. El contacto ya es máximo. Lo siento por entera. Mi corazón late a mil por hora. Noto sus manos. Me gusta. Con los ojos cerrados solo lo estoy sintiendo a él. ¿Qué me está pasando?

Pero algo vuelve a mi mente y, soltando lo que tenía en mis manos, las utilizo para apartar las suyas de mi cara con mucha delicadeza y dejar de besarle. Me separo un poco de él. Noto que se ha sonrojado, baja los ojos y vuelve a seguir batiendo huevos.

—Lo siento. —Le oigo decir entre dientes mirando al plato.

No sé qué decirle. Mi corazón se ha tranquilizado un poco, parecía que iba a estallar. Me acabo de meter en un lío increíble. No porque Erik nos haya visto, ya que lo oigo ahora reírse con Samuel en el salón, sino porque… me ha gustado.

Esto no puede ser, David es mi amigo de la infancia. Esto no puede ocurrir, estoy saliendo con Erik.

Creo que acabo de entender su comportamiento extraño en las últimas semanas. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¿Lo habrán notado los otros? Voy a poner algo de racionalidad en esto.

—No pasa nada —digo también en voz baja mientras miro los trozos de verdura ya cortados—, estamos bajo mucha tensión.

Ha dejado de batir. Se ha quedado quieto mirando el plato. Se gira para mirarme por un segundo donde solo puedo distinguir un brillo en sus ojos que nunca antes había visto. Vuelve con lo que hacía antes y yo me dedico a completar la ensalada en el plato grande que me ha dejado.

Suena fuerte el timbre de la casa.

—¡Erik, Samuel! —grita David hacia el salón—. Por favor, abrid a Elsa, yo no puedo, tengo las manos ocupadas.

AutorGlen Lapson © 2016

EditorFundacion ECUUP

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