DISEQUILIBRIUMS. Los Individuos. Capítulo 13

CAPÍTULO 13
Lunes, 19 de diciembre
Hora: 15:00

Sofía

Es casi la hora de comer y lo normal es que, al acabar las clases del instituto, nos vayamos todos a casa rápidamente ya que llevamos desde muy temprano despiertos y estamos hambrientos. Pero hoy nos hemos quedado los cinco hablando a la salida del instituto para contarnos lo que hemos hecho el fin de semana. El problema es que no paramos de comentar lo que les pasó la pasada semana a muchos de los adultos que conocemos. Prácticamente, todos habían recibido el mensaje, los padres de Elsa, la madre de David y mi madre. Samuel no dijo nada de sus padres. La verdad es que nunca ha hablado de ellos. Lo raro es que los padres de Erik no lo habían recibido, pero al resto de padres de los compañeros de la clase sí les había llegado. Menos a Samuel, al resto los veo preocupados. Yo no, solo quiero saber qué pasa.

Como ninguno creemos en las coincidencias, ya estamos comentando la relación entre el mensaje recibido y lo que hemos visto en la calle en los últimos días con gente perdiendo el equilibrio y cayéndose. No quiero creer en cosas raras, pero hay que reconocer que esto no es normal. Aunque seguro que tiene una explicación lógica.

Erik está a mi lado y señalándole la tablet que lleva en la mano, le doy un codazo insinuando lo que rápidamente él mismo dice:

—¿Por qué no buscamos en Internet?

Se sienta en el suelo de la calle apoyado en la pared del instituto y escribe en el buscador de Internet: «Zaragozasedesploma» (entre comillas).

La cara de sorpresa es la misma en los cinco cuando descubrimos que el buscador solo ha encontrado una dirección web. Entra en ella y vemos una foto área de la ciudad de Zaragoza donde claramente está marcado el Cardus y el Decumanus. Pasa el ratón por la pantalla y notamos que, en el punto de intersección de las dos calles, hay un vínculo a otra página web. Clickea allí y se abre un cuadro con un mensaje donde se puede leer:

«Zaragoza se desploma, sabéis lo que tenéis que hacer.»

Y debajo del texto, vemos el mismo símbolo que había en la nota que me entregó la guía del museo.

Mi cabeza es un torbellino de ideas, pero solo puedo decir una cosa:

—¡Pues no hay más que hablar! Hagamos lo que nos han dicho. Nos vemos a las cuatro en el centro, enfrente de los antiguos juzgados, junto a la fuente de la Hispanidad. Yo voy a pasar por casa a dejar los libros.

—Venga, nos vemos luego —dice David, despidiéndose hacia su casa.

Erik me sonríe mientras se va en dirección contraria a su casa, Samuel, como siempre, ha desaparecido sin decir nada y veo que Elsa me sigue. No es normal porque vive hacia otro lado.

¡Qué frío! Se ha levantado un viento helado que se me mete por todos los huesos. Me subo el cuello del abrigo con la mano izquierda mientras sujeto la mochila con los libros en la otra. Ahora me cambio de mano para hacer lo mismo con la otra parte del cuello. Elsa también se protege, aunque, al llevar la mochila colgada a la espalda, tiene las dos manos libres para subirse la solapa. Caminar por esta orilla del río Huerva es como hacerlo por un túnel de viento, ya que es la zona más despejada de edificios y permite que el aire casi tome carrerilla hasta encajar en la Gran Vía. A nuestro alrededor el resto de gente también va protegida con abrigos y cazadoras hasta arriba, caminando encorvados porque la presión que te ejerce el viento es suficiente como para que te desequilibres si no te inclinas un poco.

—Vas muy callada, Elsa —rompo el hielo a la vez que la miro.

Ella camina pegada al muro de piedra que impide que te caigas al río. Es tan alta que tengo que elevar bastante la cabeza para ver sus ojos. Su figura es de una elegancia máxima. Su piel negra con la boina de lana blanca que lleva desde esta mañana y el abrigo beige que le llega hasta las rodillas, bien le podrían permitir ir a un pase de modelos. Es muy buena persona. Como amigas nos contamos casi todo y lo que más me gusta de ella es cómo se preocupa de la gente. Es de las pocas personas que conozco que está más preocupada de ver cómo los demás se lo están pasando que de ella misma.

—¿Cómo fue el campeonato de ajedrez del sábado?

Ya casi se me había olvidado. Esta chica está pendiente de todos los detalles.

—Estuvo bien porque competimos todos los equipos de la ciudad.

Desde que hace cinco años mis padres me apuntaran a jugar al ajedrez, no he faltado a ninguna de las competiciones. No es que sea muy buena, pero reconozco que me gusta. Ese momento de estar mirando treinta y dos piezas encima de cuadrados blancos y negros mientras muevo invisiblemente en mi cabeza las diferentes combinaciones para la siguiente jugada me hace sentirme en otro planeta. Los ratos de las partidas me vienen muy bien para desconectar y a la vez conectarme a un mundo como de espacio sideral, donde ves a lo lejos piezas moviéndose, calculando, eliminándose unas a otras. Me gusta.

Elsa gira la cabeza y me mira desde las alturas como esperando una respuesta que no le he dado.

—Volvimos a perder —le respondo—. Fueron partidas rápidas con cronómetro. A mí eso no se me da bien. Me gusta tener todo el tiempo posible para meditar cada jugada y lo de tener el relojito al lado indicando que se me acaba el tiempo me pone nerviosa. —Me agacho para esquivar una bolsa de plástico que se le habrá escapado a alguien y venía directamente a mi cara—. El próximo viernes es la final y es sin tiempo, así que creo que ganaremos. En el acumulado de las competiciones del año vamos los primeros.

—Bien, bien —me contesta Elsa, sonriendo. —¡Optimismo al poder!

Ya estamos en el cruce con la Gran Vía y aquí el viento se siente menos porque los edificios lo protegen.

—¿Saliste el sábado? —dice Elsa.

—Acabamos las partidas a las siete de la tarde y nos fuimos todo el equipo de cena.

—¿Fuiste sola? —Me sorprende la pregunta de Elsa.

—No, me vino a buscar a Erik. —No entiendo a qué viene esto—. ¿Por qué me lo preguntas?

Se cruzan unas mamás con sus hijos pequeños y casi nos tiran. Los críos se les han escapado y van corriendo a los columpios que hay en el centro del bulevar. No pasaba ningún coche ni el tranvía, pero menudo susto nos han dado.

Elsa no me responde, así que me paro. Ella no se ha dado cuenta y camina unos pasos hasta que no me ve a su lado. Se detiene, se gira y me mira. Avanzo dos pasos y la miro a los ojos esperando su respuesta.

—Sofía, yo me alegro mucho por ti. —El comienzo de Elsa me hace esperar algo que no me va a gustar—. Pero… — ya vino el «pero»—. Tienes que darte cuenta que desde que sales con Erik ya casi ni me llamas.

¡Ah! ¡Era eso! No sabía qué le pasaba.

El problema es que no quería que esto me pasara. En el fondo creo que no había aceptado salir con ningún chico precisamente por eso, porque no quería dejar de estar con mis amigas y, ni mucho menos, que me lleguen a decir eso. Además, porque tiene razón. El sábado con el campeonato de ajedrez y luego la cena, ni me acordé de llamarla. Luego, el domingo estuve casi todo el día estudiando y por la tarde salimos Erik y yo a dar un paseo. Pero lo cierto es que ni se me ocurrió llamarla. Me siento superculpable.

—Tienes razón. —No dejo de mirarla mientras seguimos de pie las dos—. No volverá a pasar.

—A ver, que no te lo digo para que me pidas disculpas, solo trato que sigamos siendo amigas y salgamos de vez en cuando. Ya sé que no va a ser lo mismo.

Le sonrió, me sonríe y seguimos andando.

—Por cierto —digo al aire—, ¿qué tal con David?

—¿¡Cómo!? —me suelta ella casi enfadada.

—Perdona, perdona. —Tengo que calmarla porque parece que se me ha ofendido—. Como en clase os veo juntos y habláis un montón…

Se ha abierto un hueco entre las nubes y un rayo nos ilumina a las dos. Debemos estar de película. Aunque la sensación es engañosa, ya que el frío sigue notándose, con menos viento en esta parte, pero con frío.

—Ya sé que es muy buena persona, muy guapo y me gusta —responde Elsa, mirando al suelo—, pero su corazón está con otra.


Autor: Glen Lapson © 2016

Editor: Fundacion ECUUP

Proyecto: Disequilibriums

1 Comment

  • Ángel Morales Salas on 18/03/2017

    Todavía parece más integrante. Hasta asustadizo. Por que ocurre esto?; que tiene que ver el latín romano en todo esto. Parece que es historia. Bravo » Glen»

Deja un comentario