DISEQUILIBRIUMS El Grupo. Prólogo

23 diciembre. Todavía amaneciendo

El viejo se mira las manos mientras corre las cortinas. Son manos fuertes y lo sabe bien. Si ellas mismas pudieran contar todo lo que han hecho durante sus vidas, no pararían de moverse durante años explicándolo. Las manos de todos los que han estrechado, las cosas que han sujetado, las mujeres que han acariciado…los hombres que han matado.

Un sentimiento de culpabilidad le invade de los pies a la cabeza. No todo lo que ha hecho en sus más de sesenta años han sido acciones que han estado bien a los ojos del resto de los hombres.

Y hoy el viejo se siente orgulloso del paso que se ha dado. Consiguió convencer al grupo de jóvenes para hacer algo que muy pocos entenderían y prácticamente nadie aceptaría.

—¿Por qué no se lo has dicho?

Sabía que le había estado observando, aunque no conseguía adivinar desde cuándo.

La luz suave del amanecer a través de sus viejas cortinas le impide distinguir la silueta del interior de su piso.

Mientras gira su cabeza hacia el lugar desde donde procede la voz, observa todos sus blancos muebles, las sillas desordenadas que han dejado los jóvenes en el salón y sobre todo, no deja de mirar la figura del busto del dios Jano que tiene en el mueble de la entrada.

Sus ojos navegan en la oscuridad de la habitación pero no consigue ver su cara. Sabe cómo es, reconocería el color de sus ojos en cualquier parte y sobre todo el color de la piel. Sus sentimientos por ella no han cambiado en mucho tiempo… pero… ella eligió… y no le eligió a él.

Excepto esta última noche.

—Todavía no había llegado el momento – le contesta desde su posición junto a las cortinas.

Nota como ella se mueve en la penumbra sin dejar que su rostro se distinga. Se apoya lentamente en la pared con las manos a la espalda. Sigue entre las sombras.

—No estoy de acuerdo – continua la mujer – tenías que haberles advertido…

La frase incompleta es como una espada que le atraviesa el estómago. El había actuado de la mejor manera que entendía debía hacer para conseguir el objetivo. Ella no tenía derecho a juzgarle.

—Hice lo que hice …

No consigue terminar la frase porque su cabeza instintivamente se gira de nuevo hacia la ventana. Como un acto reflejo desliza de nuevo las cortinas para fijar su vista abajo, en el cruce de las calles.

Ahora ya no es una espada, son como un sinfín de puñales que le están clavando por todo el cuerpo. Los ojos se le han quedado petrificados, los labios se aprietan entre sí tanto que puede sentir la sangre que está manando entre ellos. Las náuseas le están produciendo un mareo cómo nunca había experimentado. Se tiene que apoyar en el marco de la ventana para no desplomarse. Ni siquiera nota el cuerpo de ella apoyado en su hombro izquierdo, tratando de descubrir el origen de la música.

El ha distinguido la melodía nada más escucharse la primera nota.

—¡No puede ser! – sus palabras salen quebradizas desde la garganta, casi no se sostienen en el aire – ¡no puede ser!

A través del cristal del octavo piso sus ojos vibrantes y húmedos, contemplan atónitos al hombre de pie en medio del cruce del Cardo y Decumanus haciendo sonar un pequeño instrumento de viento que tiene en sus manos. Enfrente de él girando por un fuerte viento circular, unas luces oscuras giran imparables originando en mitad de la calle un portal. La misma escena que acababa de ver hacía breves momentos con los jóvenes. Pero esta vez, el sentimiento es de miedo, de angustia y sobre todo…de fracaso.

El chico que se había caído cuando se cerró el portal anterior sigue tendido en la calle. Nadie lo socorre. La mujer y el hombre que gritaban cuando se fueron sus amigos, ahora están simplemente petrificados mirando lo que nunca se hubiesen podido imaginar. Mientras, la luz del amanecer les ilumina el cuerpo entero.

La continuidad de las notas del número áureo abre completamente el portal. El viejo en un intento desesperado de provocar algún cambio sobre lo que está viendo, trata de abrir la ventana. Dos intentos le hacen recordar que él mismo las bloqueó cuando llegó a la vivienda y no va a poder evitar lo que está a punto de ocurrir.

El hombre en la calle, se mete el instrumento en el bolsillo izquierdo de la chaqueta y salta dentro del portal.

Antes de que desaparezca, el viejo consigue distinguir lo que lleva en su mano derecha. Aunque es pequeño, sobresale lo suficiente por el puño cerrado del hombre para saber que es una de las cinco figuritas del dios Jano que entregó a los chicos por la mañana.

—¿Cómo ha podido conseguir eso?

Su pregunta, quebradiza y aterrorizada, se queda en el aire, junto a las cortinas blancas, mientras un frio helado recorre toda su piel.

—Ahora tienen dos problemas – escucha a su lado.

La voz de la mujer junto a su cuerpo, también inunda de miedo la habitación porque ha visto lo mismo que el hombre.

—Alguien les persigue…  – continua ella pero está vez mirando fijamente a los penetrantes ojos azules del viejo y agarrando su brazo con las dos manos – … y uno de ellos no podrá regresar.


AutorGlen Lapson © 2016

EditorFundacion ECUUP

ProyectoDisequilibriums

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