DISEQUILIBRIUMS. Los Individuos. Capítulo 14

CAPÍTULO 14
Lunes, 19 de diciembre
Hora: 16:00

David

Observo a mis cuatro compañeros mientras caminamos por el centro de la plaza del Pilar. Es imponente. Cada vez que paso por aquí me gusta levantar la vista y ver toda la perspectiva desde la gran fuente. Me gusta mucho más entrar a esta plaza desde la zona de los antiguos juzgados que desde cualquiera de las otras calles.

Miro la fuente y veo las esculturas que hay en esta parte de la plaza.

Que la fuente representa el mapa de Sudamérica y la bola grande la forma que tenía el mundo antes de que Cristóbal Colón partiera a su descubrimiento, lo entiendo. Pero que esas tres especies de paredes de pie representen las tres carabelas que utilizó para cruzar el océano Atlántico… es demasiada imaginación que creo no tengo.

De todas maneras, y por las fotos que he visto del pasado, esta plaza me gustaba antes y me gusta hoy. No sé muy bien cuándo cambió. Yo diría que hubo dos momentos: el primero cuando rehicieron la plaza y pusieron esas farolas tan grandes; la otra tras la Exposición Universal del 2008, cuando limpiaron las torres de la basílica. Lo mejor es este gran espacio abierto que se usa muchas veces para grandes concentraciones de gente, especialmente durante las fiestas de la ciudad.

Me trae buenos recuerdos este sitio. De pequeño jugaba con mis padres y mi hermano con el agua de las fuentes redondas y pequeñas que están instaladas cerca de la entrada a la basílica. Lo que más me gustaba era cuando mi madre conseguía que las palomas, que había cientos, fueran a comer a su mano. Le emocionaba. Siempre me imaginaba que iba a conseguir que todas las palomas acabaran comiendo de mi mano, que mis padres me mirarían y se sentirían muy orgullosos de mí. Que todo el mundo en la plaza hablaría de mí. Pero nunca podía porque era incapaz de estar un minuto seguido sin moverme y, por supuesto, los pájaros se asustaban.

Hoy las palomas deben de estar escondidas porque no veo ninguna. El día es desagradable para pasear. El viento es muy intenso y muy frío. Prácticamente estamos solos caminando por la plaza; ni los pájaros ni las personas han encontrado esta tarde apropiada para estar, solo nosotros, y porque vamos a un objetivo muy concreto.

—¿Qué os han dicho en casa cuando habéis dicho que no ibais a comer? —pregunta Erik al resto.

—A mí no me han puesto problemas — responde Elsa—, aunque he dicho que me iba a hacer un trabajo con vosotros cuatro.

—En el fondo no les has mentido — le interrumpo—, vamos a hacer un trabajo.

—Yo he tenido algún problema, porque desde lo de mi padre, todos los días comemos mi madre, mis hermanos y yo —dice Sofía—. Ha sido un poco delicado, porque mi madre, de hecho, no me ha dicho nada. Solo se ha quedado callada. —Crea un momento de silencio—. Es lo peor.

Erik se le acerca y tomándola del hombro la aproxima hacia él. Ella deja descansar su cabeza en su cuerpo. No puedo resistirlo. Giro la cabeza hacia otro lado.

Esa es otra de las razones por las que me siento más cercano a ella. Los dos nos habíamos quedado sin padre. Yo hace ya muchos años, pero a ella solo hacía menos de uno. Me acabo de dar cuenta de que esta vez no me estoy fijando en el gesto cariñoso de Erik al cogerla, sino en cómo se puede sentir Sofía. ¡Cómo me gustaría decirle lo que siento por ella! ¡Cómo me gustaría consolarla en este momento!, porque ya he pasado por ello. Le estoy dando vueltas a algo que me está machacando por dentro, pero no tiene sentido, voy a parar.

Vamos directos a la dirección que le dio la guía del museo a Sofía. Veo a mi izquierda el edificio de La Lonja. La propia Sofía, para cortar el silencio que se ha provocado en el grupo, comenta:

—Siempre me ha parecido impresionante esta construcción. Los detalles de arriba con las caras incrustadas en la fachada y a lo largo de las paredes exteriores son muy curiosos. Sobre todo, porque nunca he sabido lo que representan.

Al terminar de pasar junto al edificio, Elsa señala hacia el norte donde se ve el puente de piedra sobre el río Ebro, y comenta:

—¡Mirad! Allí tendría que haber estado la entrada a la ciudad por la parte norte. Ya no queda nada, pero el otro día vi en un libro donde se indicaba que se llamaba la Puerta del Ángel y había una escultura de uno encima de la entrada.

—Mejor no hablemos de lo que realmente llegó a pasar en esa puerta —añade Samuel.

—¿Por qué lo dices? —Le mira extrañada Elsa.

—Durante épocas —comienza la explicación en voz baja y poniendo cara de asco—, dejaban colgados los cadáveres de los maleantes y ajusticiados en la ciudad durante meses para que todos los que entraran en la ciudad lo vieran y supieran lo que hacían en Zaragoza.

Ha conseguido que las chicas pongan cara de casi vomitar. Erik y yo nos miramos con complicidad y encogemos los hombros al mirarnos.

Seguimos andando y giramos la cabeza a la izquierda hacia la antigua Puerta del Ángel.

—El peor suceso —continúa Samuel, señalando hacia el puente de piedra— fue cuando, en 1592, ejecutaron al Justicia de Aragón poco después de que el ejército castellano ocupara la ciudad. Lo tuvieron colgado siete años, hasta que, en 1599, Felipe III realizó una visita a la ciudad.

— ¡Qué barbaridad! —suelta Elsa—. ¡Qué asco! ¿Cómo podían hacer eso?

Menuda historia. Solo se le podía haber ocurrido contarla a Samuel. Este chico solo conoce cosas truculentas.

Erik se ha dado cuenta de que la historia no ha gustado. Veo que se queda parado justo cuando estamos enfrente del edificio de la catedral de La Seo para que todos lo miremos:

— Por cierto, y por cambiar de tema —comienza diciendo el rubio—, mis padres no recibieron el mensaje en el móvil con lo de «Zaragozasedesplona», pero todos los padres de los compañeros de clase que he preguntado sí.

Sin querer, miro a mi derecha a Samuel para ver si aprovecha el momento y nos da la información que antes no ha querido contarnos. Pero está claro que este chico solo habla cuando quiere. No sabremos si sus padres recibieron el mensaje Realmente no sabremos nada de sus padres. Sigue caminando con ese estilo tan característico suyo en el que parece que son los hombros los que caminan también, uno delante, luego detrás, ahora el otro y así todo el rato. Ni nos mira.

Sofía añade:

—De hecho, les he preguntado a los profesores de esta mañana, y a ellos también. Es muy extraño.

—Pues a mí me parece que es una campaña de marketing —añado, y consigo que Sofía me mire atentamente—. Seguro que han encargado a una empresa algún tipo de idea publicitaria nueva para promover la ciudad.

—Pues lo están haciendo muy bien —comenta Sofía.

—¿Por qué lo dices? — La mira Elsa.

—Porque están consiguiendo que un montón de gente hable de Zaragoza —contesta Sofía—. Ese mensaje que comentáis, los que lo han recibido lo han enviado a otros porque les parecía interesante y se está haciendo viral.

—Es más, no os lo vais a creer —interrumpe Erik mirando la tablet y se acerca a los bancos de la parada del autobús cercana para sentarse.

Todos le seguimos y nos sentamos a su lado. Nos enseña la pantalla y dice:

—Es muy buena esa empresa de marketing, porque está en inglés, francés e italiano. Mirad, si tecleáis «Zaragozacollapses», el buscador va a una sola página y es lo mismo que hemos visto antes, pero en inglés. Y si tecleáis «Zaragozasécroule», en francés, y «Zaragozacollassara», en italiano.

—¡Son buenos! —dice Elsa con tono de admiración—. Por cierto… ¿quiénes son?

—Eso es lo más misterioso —responde Erik—, no lo pone, y no puedo saberlo. Me he sentado porque estoy tratando de rastrear al originador… pero no hay manera. —Nos señala la pantalla y dice—: Veis, si vais a esta página web, te dice quién es el propietario de cualquier web. Lo he hecho y me aparecen unos datos, pero luego no puedo llegar hasta el origen.

Sé de lo que está hablando porque al final del curso pasado tuvimos que hacer un trabajo de Internet. Nos explicaron todos los trucos para crear una página web, para registrar un dominio y cómo ha evolucionado en los últimos años. Hicimos cada grupo un ejemplo. Me quedé sorprendido de lo fácil que era, pero lo que dice Erik es verdad, debería ser sencillo descubrir quién está detrás de esa dirección URL porque se han tenido que dar de alta en algún servidor. Nos explicaron que había gente que para que no les encontraran se daban de alta a nombre de una empresa ubicada lejos. Luego se descubría que era propiedad de otra ubicada en Europa, y así tenías que ir rastreando para encontrar el original. En el trabajo que hicimos, siempre llegamos a encontrar al originador. Pero hoy no.

—Me parece muy bien, que creen misterio. Eso es bueno para la ciudad. Más publicidad. Nosotros a lo nuestro. — Trato de terminar la charla, sobre todo, porque gira todo entorno a Erik.

Sofía me mira porque el hombre que estaba sentado en el banco se acaba de desequilibrar. Además, se ha quedado dormido. Su cabeza se ha apoyado en su hombro. Con un gesto de asco, retira al hombre, quien literalmente se desploma en el banco, dejando solo las piernas fuera de él. Una vez que se ha repuesto, como si no hubiera pasado nada, dice:

—Sí, pero no deja de ser extraño que el mensaje no lo hayamos recibido ninguno de nosotros ni de la gente de nuestra edad…. — Se queda un momento en silencio—. Ni los padres de Erik. Cuando se han propagado otras cosas a alguno de nosotros siempre nos ha llegado algo.

—De todas maneras, no nos distraigamos de lo importante — la hace callar Elsa, señalando al señor que acaba de apartar—. La gente se está cayendo por las calles, y eso no creo que sea una imaginación nuestra. En el rato que llevamos andando por la plaza del Pilar hasta aquí ya he visto al menos a cuatro personas, sin contar este. —Señala al que está a su lado.

Nos levantamos del banco, caminamos por la calle Don Jaime hacia nuestro objetivo mientras miramos alrededor en silencio. Todos podemos ver lo mismo: gente desequilibrándose y desplomándose en muchos sitios.

Al pasar por una tienda de periódicos, me acerco, lo miro, les hago señas al resto. Señalo en silencio la portada del periódico principal de la ciudad. Todos pueden ver el titular de portada: «Zaragoza se desploma». No me resisto y compro un ejemplar.

Sin quererlo, acabo de conseguir lo que no esperaba, pero ansiaba.

Tengo a Sofía totalmente pegada a mí, leyendo la portada conmigo. No consigo leer, creo que es la primera vez que la he tenido tan cerca. Sin quererlo, sus pechos están apoyados en mi brazo. Me imagino tantas cosas que trato de evitar pensar en eso. Erik y Elsa nos preguntan sobre lo que pone. Leemos rápido en voz baja y, casi a la vez, el tercer párrafo del artículo. En realidad, empezamos a leerlo y nos paramos inmediatamente al darnos cuenta de que hemos empezado al mismo tiempo y por el mismo texto. Nos miramos durante un segundo. Me sonríe. Rápidamente, me callo. La dejo a ella que lea:

—«Tras la avalancha de gente cayéndose por la calle, el Ayuntamiento se ha visto obligado a organizar un grupo de recogida de personas afectadas, con el objetivo de llevarlos a sus casas hasta que averigüen lo que está pasando. Algunos se quedan tan desorientados que no pueden hablar. El principal problema que se está encontrando el Ayuntamiento es que algunas personas quedan muy desorientadas y no llevan suficiente documentación o en la dirección que aparece, o no hay nadie o no contesta nadie.»

Sofía se para, me mira un momento y continúo leyendo solo:

—«Se recomienda a todos los adultos de Zaragoza que salgan a la calle con documentación suficiente para, si es necesario, averiguar dónde viven. Si llevan teléfono móvil pongan en el primer lugar de la lista de teléfonos guardados el de la persona que quiera que llamemos en el caso de que necesite ser auxiliado.»

Me paro, leo, miro a Sofía y, sin darnos cuenta, leemos a la vez la última línea:

—«El Ayuntamiento considera que no hay motivo de alarma y recomienda a todos los ciudadanos que sigan haciendo vida normal.»

Al terminar y mirar las caras de Elsa y Erik, no consigo decidir quién de los dos está más sorprendido. Los dos nos miraban mientras leíamos, pero se han quedado de piedra.

Samuel está de pie en la acera con la mirada puesta hacia donde nos dirigimos.

—Es curioso —empieza diciendo—, en esta calle no hay nadie en el suelo.

Miramos a nuestro alrededor y hay que darle la razón. Desde que hemos girando en la plaza de La Seo a la calle Don Jaime, nadie parece tener problemas de equilibrio.

Erik ha dejado de mirarnos. Ha fijado su vista en un reloj-calendario cercano, donde se ve la fecha del día de hoy.

Autor: Glen Lapson © 2016

Editor: Fundacion ECUUP

Proyecto: Disequilibriums

 

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