DISEQUILIBRIUMS. Los Individuos. Capítulo 2

CAPÍTULO 2
Martes, 13 de diciembre
Hora: 11:30

Dicho así, podía llegar a ser interesante incluso el resto de la clase. Está bien esta profesora. Como diría mi hermano pequeño: ella mola.

Me he estado aburriendo desde hace rato. No dejo de mirar a la chica delante de mí. Cada vez que la miro se me hace como un nudo en la garganta. Había empezado a sentir eso desde el primer día de clase de este curso. No lo entiendo porque hemos estado juntos desde casi Primaria en el mismo colegio. No siempre en la misma clase, pero sí en el mismo curso. Hemos coincidido en algunas actividades, pero nunca había tenido el sentimiento que tuve cuando la vi este curso entrar en clase con el pelo rizado, suelto, cuello despejado y una carpeta que sostenía con los brazos sobre el cuerpo. Pasó justo a mi lado para sentarse delante de mí. No sabía si era el pelo, la ropa que llevaba o simplemente el cuerpo de esa niña con la que había compartido años en el colegio y en ese momento era una auténtica mujer.

Desde aquel día estuve pensando cómo decirle algo, cómo explicarle lo que sentía por ella.

Pero no pude.

En el fondo me siento todavía un niño. Sigo jugando al fútbol con los amigos a la salida de clase. A ella la veo con sus amigas hablando y comentando de pie, en la puerta, a la salida del instituto. De vez en cuando se ve a alguno de los chicos mayores que se acercan al grupo de chicas y tratan de entablar conversación con ellas. Afortunadamente siempre veía que ella se volvía con sus amigas. Y eso me tranquilizaba.

Pero un día, mi mundo se derrumbó.

Recuerdo que venía de casa acompañando a mi hermano pequeño al colegio. Costumbre que hacía todos los días desde que nuestro padre había muerto hacía cinco años y nuestra madre dejó de acompañarnos porque el trabajo que encontró la obligaba a entrar temprano en la mañana. Mientras me acercaba al instituto, vi que venía apresurado por mi izquierda el chico nuevo de Suecia. Me caía bien, era un tío simpático, deportista y a las chicas les gustaba. Cuando llegó a mi lado, me tocó del brazo y me dijo:

David, ¿podemos hablar un rato a la salida de clase?

Le dije que sí. Como tenía que volver a recoger a mi hermano pequeño, acordamos encontrarnos en la salida de la zona de Secundaria.

Nunca me hubiese imaginado lo que me iba a suceder.

Si lo hubiese sabido, probablemente no habría aceptado verlo más tarde.

Mi corazón dio un vuelco cuando me encontré a un chico rubio alto, de piel blanca y con acento sueco diciéndome que se había enamorado de una chica de clase, pero no sabía qué costumbre había en España para pedirle salir. El joven sueco había elegido hablar conmigo, porque le parecía que yo era serio y tenía experiencia con chicas. «¡Que fuera de la realidad!», pensé en ese momento. Pero no tuve tiempo de pensar más cuando escuché quién era la chica que pretendía.

Desde aquel día procuro no mirar hacia donde se sienta ella. Aunque es difícil, teniendo en cuenta que la tengo delante. En clase nos sentamos en mesas de dos y me habían puesto junto a Elsa, así que trataba de comentar todos los temas de clase con ella y evitaba mirar hacia la mesa de Sofía. Y sobre todo desde hacía una semana, cuando el propio Erik decidió sentarse junto a Sofía.

Me estoy distrayendo. Lo de la ciudad sagrada, nada menos que Zaragoza, donde vivo desde que nací, me parece cuanto menos curioso porque nunca lo había oído antes.

Hay que reconocer que venir a clase de Historia merece la pena este año. Menuda profesora. Una auténtica sorpresa. Miro de reojo al que se la intentó ligar el otro día a la salida de clase. Solo recibió calabazas y la mirada del musculitos de su novio que la vino a buscar en una moto enorme a la salida de clase. ¡Qué idiota! Pretender con dieciséis años ligarse a su profesora que le saca más de diez. Bueno, cada uno es como es.

Lo que le agradezco es que no se ponga tacones como el primer día. Nos hizo sentir a todos enanos. Y eso que debe de ser la más baja de su equipo de voleibol.

Sigue apoyada con los brazos en la mesa de la esquina derecha de la primera fila. Mantiene silencio mientras observa cómo algunos se sorprenden con lo de la ciudad sagrada.

En este preciso momento ha conseguido la atención de todos.

—… Un lugar en el que la propia naturaleza se presentaba ante el hombre y quizá uno de los pocos lugares donde esta realidad natural se daba. —Termina el principio de la historia.

Ciertamente me ha cautivado a mí también. Miro a mi derecha a Elsa y ella también me mira. La mejor amiga de Sofía. ¡Qué ironía, yo sentado junto a ella! De todas maneras, me cae bien, nos ayudamos continuamente en clase cuando uno no entiende alguna cosa. El color negro de su piel y lo alta que es, la destacan sobre el resto de la clase. Padre americano exjugador de baloncesto en la NBA y madre cubana han conseguido que su hija se parezca un poco a los dos. En la altura a él, y en el resto a la madre. Las pocas veces que les he visto juntos he comprobado que tiene el carácter totalmente opuesto al del padre. Llegaron a la ciudad hace diez años cuando a él lo contrataron como entrenador del equipo de baloncesto principal. Solo lo mantuvieron cuatro años hasta que el equipo bajá a Segunda División. En aquel momento la madre ya había destacado como profesora de gimnasia rítmica en uno de los mejores clubs de la ciudad, así que decidieron quedarse. Al padre no le faltaron ofertas. Decidió coger una plaza en la universidad de profesor adjunto en el Departamento de Psicología Industrial aprovechando el doctorado que había obtenido en Estados Unidos mientras jugaba al baloncesto.

Me sigue mirando. Encogemos los dos los hombros como interrogación y a la vez como gesto de sorpresa. Yo sé que a Elsa le gusta mucho la historia. Estoy seguro que esta clase le estará pareciendo muy interesante. Pero lo de una ciudad sagrada, suena un poco fantasioso y ella no cree ni en fantasías ni en personajes imaginarios. A mí, en cambio, no me suena mal después de que el último verano estuve jugando a juegos de rol con unos amigos. Todo se basa en personajes imaginarios.

—Para mí no deja de ser una historia o una leyenda —continua la profesora—, pero si alguien consiguiera probarla sería espectacular. Lo cierto es que hay más… —Se para y nos mira.

Se produce un gran silencio en la clase esperando que la profesora continúe con la explicación. Esta señala el mapa dibujado y continúa:

—Los romanos vieron el gran río que iba desde el oeste hacia el este: el Ebro. De hecho, supongo que a estas alturas ya os estáis preguntando por qué la península Ibérica lleva el nombre del río que pasa por nuestra ciudad.

Se le ha caído el boli que llevaba en la mano y, al agacharse a recogerlo, ha conseguido el momento de máxima atención en clase… al menos entre nosotros. Las chicas siguen mirando el mapa.

—Para ellos, era el río que venía del oeste, del mundo de los muertos, de la oscuridad, del ocaso…


Me doy cuenta de que estoy mirándola fijamente. Hace tiempo que no me ocurre algo parecido, al menos por algo diferente a su físico. Sin que se den cuenta mis compañeros, les observo de reojo. No quiero que me vean hacerlo. Lo cierto es que lo hago muchas veces, pero no quiero que piensen que soy un mirón. «Es simplemente curiosidad», o eso me digo a mí mismo cuando les miro. Y esta vez veo que todos estamos mirando fijamente el mapa y escuchando a la profesora.

—… y era el río que se dirigía hacia el este, donde sale el sol, la luz… hacia Roma. Y era el río que, de repente, se encontraba con el cruce de dos ríos. Uno viene del norte, de la Galia (de ahí su nombre: el Gállego) y el otro, La Huerva, traía aguas del sur.

La profesora guarda silencio mientras señala los ríos en el mapa y continúa:

—La dirección del agua era interpretada como el transporte y vehículo de la información del lugar del que provenía. Es decir, el que traía agua del norte, de la Estrella Polar, traía agua del cosmos, del conocimiento.

De pronto, Elsa me comenta en voz baja algo:

—O sea, que los del norte son más listos que nosotros.

Por el silencio que había, lo escucha toda la clase. Risas por todos lados, Elsa se sonroja y la profesora le contesta:

—La verdad es que no sé qué responderte —sonríe—, porque si ahora os digo la explicación del río del sur, no sé qué vais a concluir.

Mantiene un poco de silencio, se toca el pelo con las dos manos y prosigue:

—Porque el del sur, según su probable interpretación, traía la información de la Tierra, del inframundo de la materia, de la serpiente o dragón ascendente hacia el norte.

Ahora sí que no sé ni dónde mirar. Veo que Elsa empieza a estar incómoda. Me mira como diciendo que todo esto empieza a parecer una tontería. Pero al igual que yo, seguimos escuchando. Aunque claro, es un hecho que esos ríos están ahí. Observo que en la clase se ha hecho silencio absoluto.

—Podemos llegar a pensar que la ciudad de Caesaraugusta fue diseñada para ser el centro del orden romano. De ahí que pudiesen verla como una ciudad sagrada y la trazaran como la representación del mundo ordenado de los dioses en la Tierra.

Se calla mientras camina hacia la ventana. Parece de noche, el viento se ha vuelto más fuerte. Todas las nubes que vemos desde la ventana son casi negras. Sabemos que son previas a la tormenta.

De pronto un rayo a lo lejos nos sorprende a todos. Se oye algún ¡Oh! entre las chicas. El silencio es total en la clase. Nadie está mirando hacia la proyección. La profesora, sin dejar de mirar por la ventana, dice en voz alta:

—¿Sabéis cómo hacían ese vínculo entre lo divino y lo terrenal?

Miro hacia los demás. Nadie contesta. Yo tampoco. Solo silencio en la clase. Es la primera vez en clase de Historia que ocurre eso. La primera vez en todo el curso que la profesora ha podido cautivar a todos solo con la explicación. Se gira hacia el mapa. La seguimos con la mirada como espectadores en un partido de tenis. Todos callados.

La profesora contesta:

—Mediante la geometría.

Se para y nos vuelve a mirar.

—Por ello, Caesaraugusta es trazada geométricamente bajo el conocimiento secreto de los sacerdotes. Se asumía que eran los únicos que comprendían el misterio de la vida.

Sin ningún complejo miro a Sofía. Sé perfectamente que eso le va a gustar. Y así es. La chica se mueve en el asiento. Se incorpora hacia delante en la mesa para escuchar más atenta.

—Por eso la tradición establecía un rito fundacional para la creación de la ciudad. Lo que ocurría es que los sacerdotes trazaban dos ejes perpendiculares entre sí sobre la tierra, el Cardus y el Decumanus. Luego dos bueyes tiraban de un arado e iban marcando el perímetro de la ciudad. La Tierra era el símbolo de la materia, de lo femenino que es fecundado por el arado, que a su vez era el símbolo de la energía masculina; ambas, energías sagradas…

Se para un momento y nos observa a todos.

—… así a la ciudad le daban un carácter sagrado. Entendían que era el lugar del Orden o, dicho de otra manera: conseguían una Ciudad Ordenada porque se producía el equilibrio al unirse las dos energías.

La profesora se calla y mira la cara de sorpresa de todos nosotros. Miro a los demás. Estamos todos igual. Proyecta un plano grande del centro antiguo de la ciudad y traza dos líneas gruesas: una sobre la calle Don Jaime I desde el río Ebro hasta la calle Coso y otra desde la plaza de la Magdalena por la calle Mayor, Espoz y Mina y Manifestación, para terminar en avenida César Augusto.

Se vuelve y dice apuntando a las dos líneas gruesas que ha pintado:

—Os presento el Cardus y el Decumanus de Zaragoza.

Recuerdo que, en algún momento de mi vida, alguien me ha explicado esto. Nunca le había dado importancia. Ahora parece que sí la tiene. Elsa está totalmente boquiabierta. Miro de nuevo hacia Sofía. Es la única en toda la clase que no está mirando a la pizarra. Está escribiendo algo en una hoja.

Pero en este momento está ocurriendo algo.

No consigo saber qué pasa.

La profesora se lleva la mano derecha al oído. Su cara cambia rápidamente con muestras de dolor. Se tiene que apoyar con la otra mano en su mesa. Parece que se está mareando. Empieza a agachar la cabeza y a apretar los labios. ¿Qué le está pasando?

Se está cayendo.

¡Dios! Literalmente se ha desplomado en la mesa. Se sujeta con la mano izquierda del extremo del escritorio para no caerse al suelo. Se oyen gritos en clase. Todo parece un caos de repente.

Los de la primera fila se levantan corriendo para ayudarla.

En ese momento todos vemos que su melena se ha manchado un poco del color rojo de la sangre que le está saliendo por el oído derecho. Con su mano intenta contener la hemorragia. Con la cabeza apoyada en la mesa nos mira impotente como intentando que le digamos qué le está pasando.

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Autor: Glen Lapson © 2016

Editor: Fundacion ECUUP

Proyecto: Disequilibriums

 

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