DISEQUILIBRIUMS. Los Individuos. Capítulo 8

CAPÍTULO 8
Jueves, 15 de diciembre
Hora: 15:30

David

Si no hubiera sido por el entrenamiento de remo que nos habían puesto hoy, me habría quedado más rato. Me hubiese gustado estar a solas con Sofía. Que me hubiese contado a mí, solo a mí, lo que exactamente le había dicho la guía del museo. Me hubiese gustado sentarme con ella a solas en un banco de la plaza enfrente del museo. Mientras la hubiese rodeado con el brazo por los hombros, ella habría apoyado su melena pelirroja en mi pecho. Me habría contado «solo a mí», lo que había sentido. Estoy seguro de que no tuvo miedo, pero algo tuvo que sentir mientras la mujer le daba aquel papel. Quiero saberlo.

Cuando ya me hubiese contado todo, yo la habría acariciado el pelo. Acto seguido, ella, sin yo esperarlo, habría elevado la cabeza para mirarme a los ojos. Hubiésemos estado así un par de segundos hasta que ella hubiese dirigido su mirada a mis labios. De improviso, me habría puesto su mano izquierda por detrás de mi cuello…

—¡Eh! David, ¿qué pasa? ¿Dónde estás?

Las palabras de Jon me acaban de despertar. Otra vez me he puesto a soñar despierto. No me lo puedo creer. El problema es que me está pasando demasiadas veces últimamente… y con ella.

—Nada, nada —miento—, pásame por favor un poco de agua.

Mientras señalo con el dedo la botella de vidrio que tenemos sobre la mesa, miro al resto de los diez compañeros del equipo de remo. Ya nos han servido el segundo plato. Me he debido de aislar de las conversaciones al tiempo que me perdía en mis sueños.

Por lo menos me he quedado con el sueño porque la realidad fue que, justo cuando Sofía nos mostró el papel que le entregó la guía a la salida del museo, me tuve que despedir rápidamente ya que hoy celebrábamos la comida de Navidad del equipo de remo.

Nos llevamos muy bien. Son como mi segunda familia. Estamos entrenando juntos desde hace casi seis años y la verdad es que no nos ha ido mal. ¿Cuatro o cinco veces conseguimos el primer premio en la competición nacional? Nunca me acuerdo porque las confundo con las que hemos ganado en las regionales. Bueno, da igual. Nos llevamos bien y se nos da bien. El que nos vea desde fuera dirá que estamos todos marcados por el mismo patrón: la misma estatura, la misma complexión. Creo que solo nos distinguimos por el color del pelo porque incluso el nivel de bronceado es casi el mismo de la cantidad de horas que entrenamos.

—Toma. —Me aproxima Jon la botella y con una sonrisa irónica me sirve en el vaso.

—¿Qué pasa? —le pregunto, ante su mirada, medio desafiante .

Jon y yo nos hicimos amigos el mismo día que llegó, ya hace cuatro años. Viene de Bilbao y su familia decidió instalarse en esta ciudad por la fama del equipo de remo. Aunque el río Ebro no aparenta estar muy limpio, han conseguido mantener el nivel del agua muy bien y desde siempre se ha practicado este deporte. Durante los ratos de entrenamiento me consigo evadir completamente de la realidad. Luego acabo necesitando esa sensación continuamente. En los próximos días, en navidades, no vamos a entrenar. Me parece que lo voy a pasar bastante mal.

—Supongo que es una chica, ¿no?

Me lo tengo que hacer mirar, en una misma semana me lo dice mi madre y mi mejor amigo. Nos llevamos tan bien que es difícil guardarse secretos entre uno y otro.

Pero esto, no me apetece compartirlo.

—No, no —vuelvo a mentir—, es por mi madre. La veo cada día más triste, como más apagada.

En ese momento el entrenador se pone de pie. Ya tendrá cerca de treinta años. Como se le caía mucho el pelo, decidió raparse completamente hace un año. Con las espaldas tan anchas que tiene y los brazos supermusculosos, parece un personaje de película americana de esos que están recluidos en una cárcel y cada dos por tres se están peleando. Hoy está contento. Resulta raro verlo así, porque en los entrenamientos es el tipo más duro que conozco. Lo bueno que tiene es que, cuando se relaja, es otra persona diferente, incluso alguna vez cuenta chistes. Ahora levanta el brazo con un vaso de agua y grita.

—¡Feliz Navidad a todos!

Hacemos lo mismo y repetimos tan alto que se giran las veinte personas que, junto a nosotros, llenan este pequeño restaurante del casco viejo de la ciudad.

—¡FELIZ NAVIDAD, ENTRENADOR!

Pero, de pronto, vuelvo a tener la misma sensación desagradable que había tenido ya esta semana. Esta vez es más llamativo porque se oye un fuerte ruido de cristal roto.

El vaso que sujetaba el entrenador está esparcido por el suelo, el agua ha salpicado a todos los que estaban alrededor y él… él se está cayendo. Apoya rápidamente los brazos en la mesa. Los compañeros que están a su lado tratan como pueden de sujetar semejante masa de músculos sin conseguirlo.

¡Oh, Dios! ¡Le está sangrando el oído izquierdo!

Se acerca la mano para parar la hemorragia. Entonces se desequilibra y escuchamos el ruido de su cabeza golpeando la mesa. Todos los del restaurante se han girado. Los adultos lo miran, pero siguen sentados. Los compañeros que están más cerca de él se han puesto de pie y lo están rodeando. Varios de mis amigos han sacado el móvil y están llamando al servicio de emergencia. El ruido es enorme, hay mucho eco en este local. Veo que algunos se van corriendo de la sala. Solo siento ruido y más ruido. No sé qué hacer.

Jon me mira con los ojos totalmente abiertos. Está pálido.

—¿Qué está pasando?

Lo miro. No suelto la mirada. Casi puedo distinguir todos los detalles de sus pupilas.

No le puedo responder. Solo pienso en lo ocurrido en los últimos días.

Autor: Glen Lapson © 2016

Editor: Fundacion ECUUP

Proyecto: Disequilibriums

 

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